viernes, 29 de junio de 2012
ESPAÑA: EL IMPERIO DE LA MEDIOCRIDAD
Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica,
va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o
La prima de riesgo.
Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por
otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general.
Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la
señora Merkel.
Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país
mediocre.
Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en
tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela
y termina en la clase dirigente.
Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más
populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los
que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que
votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los
nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos
terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus
excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la
evidencia.
Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al
día frente a un televisor que muestra principalmente basura.
Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que
hablara inglés o tuviera mínimos conocimientos sobre política internacional.
Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha
conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo.
Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo trece veces en
tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo
desarrollado.
Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores
del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.
Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro que sin
embargo encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país
vecino bromean sobre sus deportistas.
Es mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la
creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia
sancionada.
Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional,
perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la
próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que se insultan sin
aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su
propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se
esfuerza.
Mediocre es un país que ha permitido fomentado celebrado el triunfo de los
mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse
o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.
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